El agua regula nuestra temperatura, lubrica nuestras articulaciones y contribuye de forma decisiva a dar estructura y forma al cuerpo.
Además, una correcta hidratación contribuye a mantener la piel tersa y joven, ya que la deshidratación aguda o crónica provoca que la piel se arrugue y resquebraje con facilidad. A menudo una persona pierde más agua de la que toma, pero su contenido en el cuerpo permanece relativamente estable a lo largo del tiempo y, en caso de desequilibrio, una nueva ingesta de líquido permite ajustar rápidamente el nivel de agua que nuestro cuerpo necesita. Con el sol y el calor transpiramos más, luego, la pérdida de líquidos se incrementa. Si a ésto se añade que cuanto más liquido se pierde, más disminuye la capacidad del organismo para regular la temperatura, se entiende lo fundamental que resulta reponer ese agua. No debemos esperar a sentir sed para tomar agua; la boca seca ya es síntoma de deshidratación, y el instinto de beber se pierde con la deshidratación progresiva.
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